LA PRINCESA MAGA

UN CUENTO DE NAVIDAD

Alfredo Cardona Tobón*




Mariapaz, mi nieta menor, es la única persona de la familia que cree en mi encuentro con la princesa maga que acompañó a los  Reyes Magos. A Mariapaz le encanta esa  historia y me la hace repetir en época navideña, variando algunas cosas como el vestido que lucía en el avión de la British, su desaparición en medio de luces y agregando algún milagro como para hacer más asombrosa su misión.
Dejando a un lado las variaciones introducidas por Mariapaz que están convirtiendo el corto relato en una novela, voy a contar escuetamente los hechos, sabiendo que es muy difícil que otras personas, distintas a mi nieta, crean lo que voy a narrarles:
 Todo empezó en un lejano país del oriente africano plano como una mesa, de tierra roja y  con café, ñus y cebras por todos sus confines. Allí  trabajaba con una trasnacional hasta que, faltando unos días para la Navidad, me llegó una carta de la gerencia dando por  terminado el contrato.
¿Qué podía hacer en un lugar sin amigos, sin campo para un ingeniero mecánico y menos para uno extranjero y de tez blanca ? -
No perdí tiempo en más reflexiones y de inmediato alisté maletas y propuse a mi compañera Aojú  que me acompañara a Europa donde  empezaríamos una nueva vida.
¿Qué puede hacer una mujer  zulú en un país de gente blanca, sin amigos y lejos de la familia?- Me contestó  Aujú con voz quebrada.    
Sus razones eran las mismas que me alejaban del Africa; Así que con dolor en el alma me dirigí al aeropuerto  de Nairobi y tomé el primer vuelo  con destino a Heathrow en la capital inglesa.
Fue una despedida triste; nunca más volvería a Kenya y me dolía separarme de Aujù. Al subir al avión mi mundo se vino abajo: era la primera vez que me despedían de una empresa, mi vanidad estaba por el suelo pues me creía irremplazable en el oficio, no tenía un penique ahorrado y me dirigía a un pais  donde no conocía a nadie.
Obviamente viajé en clase de turismo, no me salieron lágrimas porque desde chiquito me habían enseñado que los machos no lloran; estaba lleno de furia con el universo entero, hasta con la azafata que de muy buenas maneras me iindicó que estaba ocupando un asiento que no me correspondía, bastante tenía con haber aguantado a  un escocés loco que tenía de jefe, para que una muchachita desteñida me fuera a importunar en ese aciago momento.
El Boeing 727  cruzó el Valle de Riff y se adentró en  el Sahara; estaba tan atribulado que no me hubiera importado que el avión se estrellara en  las arenas candentes o cayera un rayo y nos fulminara.
Al llegar la noche un sopor soñoliento fue atenuando mi pena, pero cuando estaba medio dormido una voz femenina me volvió a la triste realidad de mi vida.
Perdone señor, ¿puedo sentarme al lado de la ventanilla?- Quisiera ver las oleadas de candela en las sabanas de Sudán,  son tan lindas, parecen mares de fuego  mecidos por el viento.-

-        Resultó poeta la niña- pensé para mis adentros- y de mala gana recogí las piernas para darle paso a la intrusa.
Pasaron  veinte minutos o media hora. No  lo recuerdo bien. Al fin la molesta vecina pareció darse cuenta de que alguien estaba a su lado y con un mohín coqueto y un inglés chapurreado volvió a dirigirme la palabra:
-        Es que no hay  asientos desocupados al lado de las ventanillas- dijo- Me gustaría quedarme aquí para ver la luna reflejada en las aguas del Nilo y admirar sus matices  en la superficie del mar Mediterráneo.-

Como quiera señorita- le dije con gesto desganado- y entonces la miré y caí en cuenta que era muy bella, con  facciones finas, no de muñeca gringa, sino de una mujer apasionada y fuerte con el color aceitunado de los habitantes  de la parte alta del rio Níger.
Yo no tenía ganas de hablar, sin embargo al ver sus ojos y su cabello azabache con un mechoncito que le cubría ligeramente la frente, recordé el cálido romance con Aojú  y solté la lengua .
¿Adonde vas?- pregunté.
-A todas partes, señor; adonde me señale el destino- me respondió-
-¿Entonces eres una beduina, o quizás una funcionaria de la ONU?- agregué con sorna-
-Recorro los  aires y también la tierra en misión de ayuda. contestó con  voz  cálida y melosa.-  ¿Ve esa señora rubia con un niñito en brazos?- justo hoy en Navidad lo atacó un extraño mal y su madre lo lleva de urgencia a una clínica en Londres. – Observa a ese  caballero obeso al fondo del pasillo. Está desesperado, unos rebeldes maumau quemaron su  hacienda y lo dejaron en  la ruina.
- ¿Bueno y qué tienes que ver con la señora y con el caballero obeso?-
- Mucho. Hoy por Navidad estoy  repartiendo dones, a ella le di esperanza y a él le voy a dar fortaleza- 
- ¿ Y a mi que me corresponderá?-
-Compañía, eso es lo que te estoy brindando - ¿Te parece poco?-
Me empezaba a gustar la chica, me encantaba el desparpajo y su imaginación, me habló de las brumas de San Gotardo, de piratas malteses y  ciudades perdidas en lo profundo del África. Su voz hacía palpitar  mi corazón compungido y su risa  restañaba mi pena.
Cuando tocamos la costa inglesa, quise saber su nombre y donde vivía.
     - Mi nombre es tan raro que ni se puede escribir y como soy una beduina  no paro en ninguna nube. Recuérdame simplemente como la princesa que acompañó a los Reyes Magos y estuvo contigo en la Navidad.
 - Te buscaré entonces en las leyendas bíblicas y me darán razón de ti – le dije en son de broma.
-No me hallarás, soy como dicen ustedes una NN. Yo continué con la caravana por un camino distinto para que Herodes no supiera donde estaba el Mesías, mientras tanto Melchor, Gaspar y Baltasar se separaban del grupo y sigilosamente llegaron a Belén.
- ¿Entonces no visitaste al  Niño Dios?-
 - No, y ya que perdí la oportunidad de verlo, me recompensó con la misión de entregar sus dones en las Navidades.
El avión tomó pista en  Heathrow y  mi dulce compañera de viaje se despidió con un abrazo y un beso  y desapareció en el torbellino del desembarque.

En el tren que me llevaba a Portland vi los primeros destellos del día y sentí que el mundo se abría, pleno de retos y posibilidades. La amargura se quedó atrás,  en esa noche de Navidad, a miles de pies de altura, una  princesa maga  había iluminado mi camino. Ese fue el regalo del Niño Dios en esa Nochebuena.

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